sábado, 5 de marzo de 2011

Conclusiones


Queridos amigos, este proyecto llega a su fin.


Con clara finalidad analítica y divulgativa, comenzábamos tras las elecciones generales (legislativas) españolas de 2.008 a analizar y mostrar si es justo (proporcional) o no el sistema electoral español —que es que no—, por qué es así tanto técnica como estratégicamente, si se puede cambiar a mejor —que es que sí— y cómo se podría lograr, además de qué efectos tendría el hacerlo tanto a nivel electoral como a nivel de realizarnos democráticamente como sociedad humana civilizada.

Vimos ejemplos de mecanismos usados y sus resultados de otros países con sistemas electorales más justos.

Vimos las propuestas de mejora que cada partido político puso sobre la mesa de negociación para la reforma y cómo algunos se negaron a que se hiciera ninguna. A pesar de que algunas fueron recomendadas incluso por el mismísimo Consejo de Estado.

Vimos qué es lo que la gente vota en las urnas durante las elecciones españolas, qué escaños o asientos parlamentarios se reparten conforme a esos votos. Veíamos que no es lo mismo con lo que se llena el Parlamento que a lo que la gente votó. No es parecido, tampoco. Hay diferencias sustanciales que hacen que el Poder Legislativo, que se supone que es democrático por ser representativo, sea poco representativo precisamente. El perjuicio y el riesgo que eso supone es comprensible fácilmente.

Vimos también la obstrucción a la reforma para aumentar el grado de Democracia, en el sentido de representatividad de la voluntad popular en el Poder Legislativo, que llevaron a cabo los 4 partidos políticos que tan buenas leyes acostumbran a brindarnos, cada vez mejores: PP+PSOE+CiU+PNV.


Hemos visto que la injusticia del sistema electoral reside principal y técnicamente en que la circunscripción electoral es la provincia y la ciudad autónoma y no el Estado como una única circunscripción electoral o, como mínimo, la Comunidad Autonóma y ciudad autonóma. Reside, también, en que esas circunscripciones electorales provinciales pequeñas cuentan con dos diputados preasignados ya de entrada por territorio y no por número de votantes. Y estamos hablando del Congreso de los Diputados (o delegados), no del Senado de las Autonomías.

De las propuestas de ciertos partidos políticos y del informe del Consejo de Estado vimos que se puede atenuar bastante el problema de la poca representatividad o correspondencia entre lo que la gente vota en urna y lo que luego llena el Parlamento, si no se desea ir a la raíz de la cuestión —para la cual cosa habría que modificar la Constitución, que ya se ha modificado otras veces, por cierto—
reduciendo el número de diputados preasignados a las provincias a priori al mínimo, aumentando el número de parlamentarios al máximo, creando un mecanismo de bolsa de restos de votos estatal y usando una fórmula de reparto electoral más proporcional que d'Hondt, como por ejemplo la de Hare Niemeyer. A todo lo cual, desde aquí proponíamos añadir que se bajara la remuneración máxima de los parlamentarios, sus complementos, etc. para amortiguar el coste total de aumentar su número para mejorar la justicia representativa, la calidad democrática del sistema.

Vimos como el Pueblo español expresó en las urnas una voluntad, luego no traducida fielmente en la composición del Parlamento, esto es, en las mayorías parlamentarias artificiales que se corresponden poco con esos votos,
que habría hecho más difícil el aprobar normas como las tan impopulares: Ley Sinde, contrarreforma de las jubilaciones, contrarreforma del despido, contrarreforma de la retribución de los empleados públicos...

No es casualidad que esas normas sean impopulares o poco representativas de la voluntad popular. Es que el Pueblo, los ciudadanos españoles en urnas, ya se habían pronunciado por partidos políticos con programas contrarios a medidas como ésas. Eso sin contar que algunos de los partidos políticos con presencia en el Legislativo y el Ejecutivo decidiera ponerse a media legislatura a hacer justo lo contrario de lo que decía su programa electoral, que fue por lo que sus votantes le dieron el voto.

Si el Parlamento hubiera sido un fiel reflejo de lo que todos los votantes expresamos en las urnas, esas medidas impopulares habrían sido, por lo tanto, más difíciles de aprobar. Habríamos visto, de hecho, aprobarse medidas muy distintas en su lugar probablemente.

Por otra parte, de nuestra mirada al funcionamiento del sistema se desprende también cómo el voto bipartidista, el voto blanco, el voto nulo, la abstención... y cualquier clase de voto acrítico, hincha, irreflexivo... no sirven para mejorar la solución.


Hemos analizado, hemos criticado, hemos propuesto, informado y divulgado algo que no se sabía bien a nivel general y que era mucho más importante que todas las cómodas tonterías y banalidades con las que nos inundan la cabeza y nos desvían la atención desde los medios de información y persuasión masivos a menudo. Como si su tarea fuese impedir que seamos ciudadanos informados y eficaces en vivir la Democracia y no todo lo contrario.

Queremos expresar en esta despedida que realizar estas tareas de análisis y divulgación para nosotros ha sido un placer y un honor. Así, el proyecto "Un voto, un asiento; mismos votos, mismos asientos" [1], [2] llega a su

Fin


Pero el sistema electoral no ha sido reformado. En esa otra vocación adicional de solucionar el problema que todos soportamos, en esa vocación de justicia, de Democracia, en esa vocación de, ahora que conocemos el problema y sus soluciones, hacer realidad esas soluciones... de momento no hemos tenido el éxito que deseamos.

Éste es también, por lo tanto, el necesario inicio de un nuevo capítulo tras el final de este proyecto que hoy concluye oficialmente.


Dicen los estrategas militares que el camino del éxito tiene tres requisitos: saber, poder y querer.

Ahora ya sabemos cuál es la situación, sabemos cómo se puede arreglar y, si nos molesta la injusticia y deseamos Democracia por considerarla el sistema de relaciones políticas humanas más perfecto conocido, entonces también queremos cambiar esta situación.

Tenemos una situación de injusticia electoral, de injusticia democrática representativa. Sabemos cómo se corrige técnicamente y queremos que sea corregida.

¿Cómo obligamos a las personas que ocupan —en los dos sentidos; a los hechos me remito— las instituciones representativas a que procedan conforme a nuestros deseos?

Teóricamente deben obedecernos, porque actuan en representación de nuestra voluntad. No son nuestros jefes, sino nuestros servidores públicos. ¿Es esto así en la práctica? Si es que no, hay gente arrebatándonos lo que es nuestro por la fuerza. ¿Vamos a permitírselo? ¿Volveremos a asignar en las urnas nuestra representación a los obstruccionistas de la Democracia?

Del análisis de todo lo dicho el lector podrá extraer distintas conclusiones sobre vías de acción para corregir el problema al que nos enfrentamos. Muchas de ellas serán válidas y eficaces, otras ya se habrá visto que sólo sirven para que todo siga igual: o sea, empeorando para la gran mayoría de los ciudadanos, las personas normales: los trabajadores, los desempleados, los profesionales liberales, los pequeños empresarios, los jubilados...

Toca, pues, ponerse a aplicarlas. Hable con sus vecinos, con sus compañeros de trabajo... Estudien el problema —en esta parte les hemos ayudado con este proyecto 1v1a— y decidan cómo actuar. Mientras más sean, más poder desencadenarán. Pónganse en contacto con personas de otras partes del país que estén haciendo exactamente lo mismo. Hablen entre vds., coordínense...

No es una tarea de titanes, ni mucho menos. Cosas más difíciles se han hecho. La alternativa a no hacer nada... estos días la vemos en Oriente Medio y el Norte de África, p.ej. Aquí, en el Reino de España, ya la tuvimos durante 40 años de negación de la Democracia, entendida no sólo como el votar en urna cada ciertos años, sino además y primero, como la participación cotidiana en todos los asuntos que nos afectan política, económica, socialmente...

Ténganlo muy claro: sin su voto, los bipartidistas, los obstruccionistas —que son sólo 4 o 5 entre unos 10 o 15 partidos políticos en el Parlamento, o entre los más de 100 que se presentan a las elecciones— no son nada.

Es el momento. Es la hora de ponerse en pie como una persona libre y responsable que contribuye activamente a construir y mantener su sociedad o, por el contrario, de seguir sentado como un menor de edad al que unos malos padres tiranos le dicen todo lo que tiene que hacer y pensar, a pesar de que se tengan p.ej. 30 años de edad o más.

Como siempre: ustedes deciden.

Ánimo y adelante.


Recuerda:
Estudio 1v1a (%v=%a)Ciudadano Público

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